sábado, 14 de mayo de 2011

Satélites

Tu mirada incandescente abrasó mi conciencia. Ahora me arrastro cual Caronte a tu alrededor. Te espío. Te anhelo. Merodeante gasto el tiempo y planeo la estocada. Al acecho permanezco, a la espera del momento preciso. En este juego de cacería mutua, donde ninguno se permite ser la presa, se agotan las rutinas. Te escondes. Te muestras. Bates tus alas, dejándome un rastro de tu perfume. Aspiro tu dosis de entre el vapor colectivo. Juegas. Giras. Retornas. Me mantengo en el mismo punto: Tu centro. Te acercas. Muestras tus dientes. Salivo otra vez. Los Webers al ciento por ciento. Mi piel a cien centígrados. Tu plan al descubierto. Dos segundos. Tres centímetros. Vuelves a danzar. En eterna traslación los labios entreabiertos no llegan a robarse el sabor. Apresuro el paso, sin embargo no logro avanzar. Pierdo el aliento. Me observas desde allí... En mi autocombustión. También ardes. Me asaltas en un susurro. Y por primera vez, los sudores se mezclan. Me consumo. Crepitas. Par de seres flamígeros que se niegan la extinción. Egos gigantes que no ceden. Grandes mentiras que no se aceptan. Pequeñas verdades jamás descubiertas. Con una ración de mi aliento, te alejas otra vez. Con tu rocío en el mío, obedezco en silencio. Regreso a mi rutina y tú, a orbitar...

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