martes, 22 de abril de 2008

El Toque de Midas

Todo aquello que tocaba con el corazón era convertido en oro. En una fría, brillante y ausente pieza dorada. Sus dedos podían deslizarse sobre cualquier cosa: plantas, herramientas, armas, superficies, personas; sin sufrir la dramática metamorfosis. Bastaba que les acariciase con afecto, para que la inexorable transformación se produjera en aquello que sintiera su tacto. No podía sentir y tocar. No debía querer y acariciar. Todo lo que amó fue convertido en oro. Con tan solo rozarle, el nefasto efecto se producía. Su amada. Sus hijos. Su corcel. Sus amigos. Como enormes trofeos permanecían inmóviles en el inmenso salón. Le estaba prohibido amar. Así que se encerró en la torre más alta y sufrió hasta que su corazón se secó. Ninguna afección quedaba en su alma. Y así pudo vivir. Sin amar. No volvería a hacer daño. No volvería a sufrir más. Era suficiente dejar de querer, de sentir. Y sus manos tocaron. Construyeron. Crearon. Sus labios besaron. Ganó batallas. Conquistó nuevas tierras; pero nunca más volvió a sentir. Tal vez no era del todo feliz, pero nunca más lloró, nunca más perdió a alguien por la maldición dorada… Hasta que llegó aquella doncella. Hermosa como el sol, de piel de terciopelo, cabellos miel, y labios de luz. Su corazón latió nuevamente. Y como un escalofrío el amor corrió por su espalda. Regresó a la torre, se encerró en el salón. No podía volver a sentir. Había decidido no amar jamás. Sufrió como nunca. No estaba dispuesto a perder a nadie más por el toque de midas. La doncella entró al salón. Allí estaba él, taciturno, temblando, vencido de amor, le miró desde el trono con los ojos ahogados. Ella se acercó lentamente. Con los ojos tristes. Le besó tiernamente… La maldición se había terminado. Con una lágrima fría, la doncella salió del salón, y él se quedó allí, sentado en el trono, convertido en mármol.

jueves, 3 de abril de 2008

Mitófonos


La tecnología celular nos ha permitido actualmente permanecer en contacto con las personas que queremos, dentro y fuera del país. Mandamos y recibimos mensajes de texto de cualquier lugar del mundo, revisamos correo desde el equipito portátil, y ni hablar de las imágenes, vídeos y por supuesto la voz de nuestros interlocutores que podemos obtener a través del dispositivo celular. Ya no existen distancias, ni obstáculos para estar comunicados. Sin embargo, el aparatico en cuestión, también genera en todos y cada uno de nosotros la facilidad de mentir... sí, tal como lo estoy escribiendo. Nos volvemos mitófonos. Decimos que estamos en un lugar cuando efectivamente estamos en otro, o que estamos en una cola trancadísima cuando realmente el tráfico está fluido y constante. Un mensajito impelable en los mentirosos del móvil, es "Voy saliendo" o "Voy en camino", mientras el emisor se encuentra frente al espejo decidiendo que vestir para acudir al encuentro, y nosotros esperando desde hace rato. Otras "verdades" que nunca faltan son: "Estaba por llamarte", "No escuché tu llamada" "No me llegan tus mensajes" o "Me estoy quedando sin bateeeeríaaaa... tutututu" y por supuesto la más imperdonable de todas: "Yo te llamo en cinco minutos", porque no nos devuelven la llamada jamás... no obstante todo ello, y para nuestra salud, o por lo menos para la mía, "Todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario" Jejejeje