martes, 19 de junio de 2007

Confesionario

----Hace un año probé de un amor prohibido. Sus verdes ojos me cautivaron, no tuve más opción que dejarme llevar y rendirme al paraíso que me brindaba su sonrisa. Aunque alguien me esperaba en casa, conocí el cielo desde su boca. Sus manos suaves y temblorosas me enseñaron estrellas ocultas y desconocidas por mí. No me arrepiento, Padre, eso es lo peor, que día a día quisiera volver a esa alegría y esa paz que me brindó su clandestina compañía. No le he vuelto a ver; pero si me encontrara su cándida sonrisa una vez más, dejaría la comodidad y la pseudo estabilidad por descubrir el jardín vetado a su lado... No me importa si este modo de sentir me hace ajusticiable, pero la felicidad que me brinda sólo la encontraría en su lugar...

Al otro lado del confesionario, el Padre Santiago secó el sudor de sus manos suaves y temblorosas, sus verdes ojos se nublaron, humedecidos por los recuerdos de aquel momento que hace un año sacudió su vocación.

martes, 12 de junio de 2007

Mi última semilla




Se sentó a esperar bajo el sol inclemente de la tarde. Agotado de todo el trabajo de preparar la tierra. había invertido todas sus esperanzas en esa última semilla que tenía guardada desde hace mucho tiempo en aquel bolsillo. Trabajó toda la semana, arando, abriendo surcos, preparando el abono. La tierra estéril tenía que estar dispuesta para recibir la semilla. La había colocado con el corazón, en el mejor lugar que había escogido. Allí la sembró. Sólo tenía que esperar que germinara y pudiera ver el producto de su esfuerzo crecer: verde, fresco, suave... Había pasado ya mucho tiempo; el sudor de su frente habíase evaporado ya, al igual que las abundantes gotas que roció sobre el terreno... Observó el lugar. Espero un poco mas. Miró al cielo como esperando una respuesta de dios, o quizá un poco de lluvia... Pasó un rato más. Ya cansado y sin aliento, sintió perder sus fuerzas. La impotencia que sentía se convirtió en una terrible lluvia que manaba de sus ojos grises y taciturnos... Una a una fueron cayendo sobre el polvo que rodeaba la suela de sus botas. El sol ya casi se ocultaba. Se levantó, y decidió marcharse. había perdido su esperanza, su esfuerzo, su tiempo, era la ultima semilla que conservaba desde hacía mucho tiempo. La había perdido. Caminó lentamente al horizonte con la idea y el sueño de haber visto crecer el verdor de su anhelo. Su cuerpo se perdío en el camino, y el sol terminó por esconderse más allá del camino.

Al día siguiente, la tierra despertó con un escalofrío y un suave cosquilleo. El llanto salado había sido absorbido por la arena. De pronto, casi impresceptiblemente, una tenue luz verde rasgó el suelo... la semilla comenzaba a germinar...